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NOBLEZA

El poseer o ejercer un título de nobleza, aunque para el gobierno de muchos países no connote un privilegio –y mucho menos un poder político-, ante los ojos de Dios y del Alma de quien lo porta, puede tener una gran importancia, todo depende de cómo lo asuma el que lo posee o lo ejerce, sea como objeto de presunción o como privilegio interno.


Dentro de la nobleza y la realeza, el ejercicio de cada uno de los títulos, desde el punto de vista interno –desde el más básico, como puede ser el de “Dama” o “Caballero”, hasta el rey o reina, príncipe o princesa-, es un sacramento y tiene correspondencia con un paso en la realización de la Divina Presencia de Dios. Dicho en otras palabras, puede ser considerado una especie de grado iniciático, porque está destinado a ser el desempeño de un cargo al servicio del género humano, dentro del Cuerpo de Dios. Por supuesto, depende del portador del título o la investidura, asumirlo de esta manera o no. Si lo asume, está logrando manifestar su “Plan Divino de Perfección”; si no lo hace, está perdiendo la oportunidad que le da la vida Divina de evolucionar en la noble tarea del “Servicio Mundial”.


Cada título nobiliario o de la realeza es un compromiso, una responsabilidad de la persona ante quien la inviste, ante Dios y todos los miembros de la raza humana.


Extraído del Libro “BARONÍA”, de Rubén Cedeño.

Editorial Señora Porteña.



 
 
 

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