AGUJA DE CLEOPATRA
Emmet Fox pasaba largas horas, encantado, recreándose en un obelisco llamado “La Aguja de Cleopatra” que se encuentra en el Parque Central de New York, detrás del Museo Metropolitano. Este obelisco estaba en Egipto, junto a otro de iguales características. Ambos obeliscos fueron mandados a construir por el faraón Tutmosis III en el remoto siglo XV antes de Jesús, y se hallaban en Heliópolis. A Emmet Fox le fascinaba ponerse a meditar en los alrededores de este obelisco; de alguna manera, leyendo su registro etérico, se recreaba en la época en que Moisés pasaba delante del mismo en numerosas ocasiones, ya que en la ciudad donde estaba, Moisés había sido consagrado sacerdote. Posteriormente, este obelisco fue trasladado a Alejandría, al templo donde se supone que Cleopatra se suicidó con la serpiente. Actualmente, en ese lugar está el Hotel Paradise Inn Le Metropole, donde he tenido la fortuna de hospedarme. Delante de este obelisco pasó la Sagrada Familia; Jesús, María y José lo contemplaron muchas veces cuando llegaron a Egipto en su famosa huida, y Emmet Fox percibía también, en su mente, esta bíblica escena.
Los obeliscos son como antenas receptoras que vienen del centro de la Tierra; sus puntas eran recubiertas con oro, para captar la energía solar e inyectarla a la tierra o al templo donde se encontraban. Mientras más obeliscos había, más energía se captaba y se le inyectaba a los templos que los rodeaban.
Cuando se comenzaron a construir iglesias –más que todo en el barroco, en Italia-, empezaron a llevarse obeliscos desde Egipto para adornarlas. Todo esto, debido a que eran centros de atracción de energía. Algunos obeliscos son de granito, una piedra masculina y fuerte.
Extraído del Libro “Emmet Fox, un ejemplo a seguir”, de Rubén Cedeño. Editorial Señora Porteña.

Commentaires