Me di cuenta de que Santa Teresa y los Carmelitas existían desde que tuve uso de razón. Una de las iglesias más importantes de Caracas es la de Santa Teresa; allí se encuentra, en una custodia, un huesito de la Santa. A mis padres les gustaba oír misa en esta iglesia. Pasaba tiempo contemplando la reliquia, preguntándome dentro de mi mente infantil: “¿Qué importancia tendrá ese huesito?”. Los años se encargaron de responderme. La energía de los electrones de Santa Teresa los fui absorbiendo desde pequeño, y dieron por resultado, el inmenso amor que tengo por ella y los Carmelitas. Mi abuelastra siempre mantuvo sobre la pared del copete de su cama una imagen de la Virgen del Carmen, y pasaba horas interrogando a quien pudiera responderme, el asunto de las ánimas del purgatorio y cómo la Virgen del Carmen las sacaba. Ese asunto me quedó tan marcado, que en la cabecera de mi cama tengo una imagen parecida a la que tenía mi abuelastra. Un día, en una clase de Metafísica, me apareció en la mente su significado, que está escrito bajo el título “Virgen del Carmen”. Pasó el tiempo, conocí la Metafísica, comencé a instruir sobre ella, y a finales de la década de los años sesenta, Concha Velazco grabó la serie televisiva de Santa Teresa, que comencé a ver y analizar apasionadamente, me obsesioné por ella y me comí todos los libros que pude sobre la Santa.
Al grupo de Metafísica que instruía por entonces, le empecé a explicar la filosofía de vida Carmelita y las formas de actuar de la Santa, asunto que me mataba de emoción. Aprovechando un post-operatorio, en 1990 me fui a España a realizar la primera gira de conferencias de Metafísica. Desde 1976 había estado recorriendo España, pero nunca había visitado Ávila. El día que llegué desde Caracas a Madrid, hospedado en el segundo piso de la Perla Asturiana, en la habitación que da hacia la Plaza de la Provincia, con las puestas del balcón abierta, sentí de repente la presencia de Santa Teresa que entraba como una tromba, impetuosa, al mismo tiempo que gloriosa e imponente, envolviéndome con su ímpetu de andar con su carreta haciendo fundaciones por España. Era como su permiso, su inspiración, para hacer lo que me ha tocado realizar durante años por España, llevando la Enseñanza.
Adolorido todavía por la operación, recorrí los sitios teresianos que pude. Al entrar a la habitación donde la Santa nació, un incomprensible olor a rosas inundó el ambiente y pasé horas escribiendo, sentado en unos de los asientos que hay allí. Cuando llegué a la Encarnación, a pesar del crudo verano, cayó una tormenta de granizo, y desde los corredores miraba caer las pelotas de hielo. Al siguiente año, comencé a traer grupos para hacerles este recorrido; luego, en un determinado año, decidí incluir el Carmelo dando conferencias. Esto es lo que con el favor de Dios ofrezco en el libro “Carmelitas”.
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