CONCEPTO INMACULADO DE MARÍA
Por Rubén Cedeño
Al entrar a la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, doblando a la izquierda, a pocos pasos, frente a la colina del calvario, que esta dentro de la misma iglesia, se encuentra un lugar muy sagrado, tal vez uno de los mas santos después del sitio donde clavaron la cruz de Jesús. Este lugar no se puede pisar, esta demarcado por un hermoso baldaquino en cuyo interior se encuentra a forma de hermosa copa con base de ángeles esculpidos, una lámpara de aceite que permanentemente esta encendida. Así se marca el lugar desde donde la Madre María veía a su hijo en la cumbre del calvario y le sostenía el Concepto Inmaculado.
Allí mismo hay un asiento de mármol donde espacio de treinta y cinco años me he solido sentar a meditar horas, lo que fue ese momento para María en medio de tanta algarabía y confusión de sentimientos, permanecer en calma y solo visualizarle la perfección a su hijo y determinantemente no aceptar nada de lo negativo que estaba viendo. He hecho esto para poderlo practicar, escribir en los libros y comunicarlo en las charlas y que nos sea vana repetición de algo que leí en alguna parte. El sostenimiento del “Concepto Inmaculado” de María fue lo que produjo la resurrección de Jesús.

Foto: Ruben Cedeño en el lugar donde se paro la Madre María a sostenerle el Concepto Inmaculado a Jesús, Jerusalén.
No importa el tamaño ni la gravedad del problema, los días o años que se tengan sufriendo, poca o mucha gente implicada, no hay que darle poder, sino sostener el “Concepto Inmaculado de Perfección” del asunto o persona. El Concepto Inmaculado de tu cuerpo, la familia, el trabajo o el país es que todo marche perfecto, con el debido suministro, la esperada armonía, todo funcionando de forma impecable, y si no es así, hay que hacer como la Madre María, que a pesar de ver a su hijo crucificado, ensangrentado y torturado, le sostuvo el Concepto Inmaculado con su mente y sentimiento, no acepto la imperfección que veía y consiguió que resucitara al tercer día con su cuerpo luminosamente perfecto.
Texto de Rubén Cedeño